14 agosto 2012 |
Según la Comisión Nacional del Agua, la sequía tan prolongada ha repercutido en el 70 por ciento del país y ha diezmado la agricultura en los estados de Aguascalientes, Coahuila, Durango, San Luis Potosí, Sonora, Tamaulipas y Zacatecas, entre otros.
La Confederación Nacional Campesina afirma que la producción de alimentos ha disminuido en un 40 por ciento y unos 2,5 millones de personas han resultado afectadas, mientras que se han destruido casi 2 millones de hectáreas. Osvaldo Chazaro Montalvo, presidente de la Asociación Nacional de Ganaderos de México, informó que han muerto más de 1 millón de cabezas de ganado. Las pérdidas financieras ya superan los $1,300 millones, de los cuales $710 millones son de maíz y $280 millones de frijoles.
Los principales miembros del Grupo de los 20— entre ellos, Francia, los Estados Unidos y México, país que actualmente preside este grupo— se están preparando para una conferencia telefónica a finales de agosto, a fin de decidir si se debe llevar a cabo una reunión internacional de emergencia para evitar que se vuelvan a disparar los precios de los alimentos, tal como sucedió en el 2008 y que desencadenó una serie de disturbios en los países más pobres.
Es probable que en medio de todas estas negociaciones de alto nivel haya pasado desapercibida una tragedia menos general dentro de la tragedia de mayor magnitud en México: la forma de vida de los indígenas que está bajo amenaza y la desafortunada noticia de su explotación impulsada por la vulnerabilidad.
Chihuahua es una de las zonas más afectadas por la sequía en México. Aquí se encuentra la apartada comunidad indígena de los tarahumaras, a la cual se describe como “el pueblo más amable y feliz del planeta”. Los tarahumaras se autodenominan rarámuris —los de “pies ligeros”. Antes del 2009, el mundo exterior no conocía sus habilidades físicas tan singulares. Durante ese año, el libro titulado “Nacidos para correr: Una tribu oculta, superatletas y la carrera mas grande que el mundo nunca ha visto” los hizo famosos. Su autor, Christopher McDougall, explicó que " cuando trata de distancias enormes, nada puede vencer a un corredor tarahumara. Ni un caballo de carreras, ni un guepardo, ni un maratonista olímpico".
La cosecha de maíz y frijoles durante esta temporada tuvo muy bajo rendimiento. Debido a que la agricultura es la única fuente de ingreso de los tarahumaras, éstos carecen de oportunidades para ganar dinero y satisfacer sus necesidades. Sergio Cano, de la Comisión Nacional del Agua, afirmó que "aproximadamente 100,000 indígenas que habitan en esta zona han resultado afectados. La falta de agua para el riego ha originado la pérdida de casi 800,000 hectáreas de cultivos de maíz y frijoles de los rarámuris”.
Aún en sus mejores tiempos, los tarahumara han vivido al límite y sólo han labrado la tierra a un nivel suficiente para sobrevivir. Ahora, con esta sequía, este pueblo está desesperado. Para empeorar la tragedia, los carteles de la droga están explotando la legendaria resistencia de los tarahumaras y los reclutan para que transporten drogas a pie en la frontera con los Estados Unidos.
Los abogados defensores en los Estados Unidos aseguran que los traficantes tarahumaras representan un creciente segmento dentro de su clientela. Ken Del Valle, abogado defensor de El Paso, Texas, afirma que se les recluta precisamente por su aptitud para las carreras de resistencia, pues según lo explicó, “los carteles los pueden llevar al desierto y sólo decirles ‘¡Váyanse!’”.
En enero, el mandatario mexicano Felipe Calderón anunció un programa de $2,600 millones para ayudar a las víctimas de esta sequía que ya ha batido récords. El programa incluye la entrega de alimentos y de agua, y el Presidente indicó que el propósito “es que ninguna familia se quede sin agua o comida debido a esta sequía”. Asimismo, se promulgó un decreto presidencial para evitar los obstáculos burocráticos y así apresurar la distribución de ayuda.
Diversas ONG internacionales, tales como la Cruz Roja y Visión Mundial, también recolectaron alimentos y ofrecieron servicios de agua y trabajos temporales. No obstante, David Muñoz, vocero de Visión Mundial en México, aseguró que "las comunidades afectadas están muy lejos de los lugares donde pueden obtener alimentos. Muchas no están accesibles… y en algunos lugares, si la familia desea obtener alimentos deben caminar tres o cuatro horas hasta el poblado más cercano donde pueden comprar comida”.
Según Ricardo Mena, Jefe de la Oficina Regional para las Américas de la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres, UNISDR, “si bien el sistema mexicano de alerta temprana para ciclones ha demostrado ser una poderosa herramienta para reducir la pérdida de vidas, todavía no hay sistemas adecuados de alerta temprana para otros eventos meteorológicos, tales como sequías, tormentas de granizo e inundaciones repentinas”.
Mena también afirmó que "los pueblos indígenas están entre los grupos más vulnerables. El cambio climático ha empeorado su condición socioeconómica actual y puede transformar la sequía en un desastre generalizado, crónico e irreversible para estas comunidades. Si bien son necesarias las medidas inmediatas para mitigar el sufrimiento de los tarahumaras, es mucho más esencial establecer modelos creíbles sobre el riesgo de las sequías para protegerlos, aumentar la resiliencia y salvaguardar su cultura y patrimonio”.
El Informe de Evaluación Mundial de la UNISDR para el año 2011 titulado “Revelar el riesgo, replantear el desarrollo” señala que en entre 1999 y el 2009, en los Estados Unidos otro grupo indígena, la nación navajo, experimentó una sequía de proporciones históricas. Entre el 2001 y el 2002, perecieron unas 30,000 cabezas de ganado y comunidades enteras se quedaron sin agua. La marginación política, la pobreza rural, la demarcación de las tierras y las restricciones para el ganado interrumpieron una práctica tradicional navajo para gestionar el impacto de las sequías mediante el traslado de los animales entre las fronteras hacia zonas menos afectadas por el fenómeno.
Según este informe de evaluación, en el contexto de una menor disponibilidad de agua, tales políticas dieron origen a una pobreza endémica aún antes de que iniciara la sequía en 1999. En 1997, el 60 por ciento de los navajos vivía en condiciones de pobreza. Asimismo, ellos habían invertido sus ahorros en la compra de ganado, una medida que por sí misma ya era vulnerable a las sequías. El desarrollo inadecuado, la gestión ineficiente de los recursos naturales, la debilidad del gobierno local y la desigualdad contribuyeron a traducir esta sequía en una serie de pérdidas y repercusiones con un efecto en cascada.